Costa Rica: jodidos frente a la crisis económica

Publicado en por Ivonne Leites. - Atea y sublevada.


COSTA RICA FRENTE A LA CRISIS MUNDIAL. VAMOS MAL
Luis Paulino Vargas Solís
Cuando uno lee las notas sobre la crisis económica que circulan a nivel mundial siempre se encuentra con una referencia obligada: “los mercados”. 
Es un concepto inaprensible, abstracto, dotado de misticismo y un aura mágica. Evoca una suerte de fuerza misteriosa a la que se le atribuyen los más terribles poderes: lo mismo para destruir que para crear.
La incapacidad para comprender que tan solo se trata de una institucionalidad creada por seres humanos y que refleja intereses, visiones ideológicas, proyectos políticos y, sobre todo, relaciones de poder, es quizá lo que hoy en mayor grado dificulta encontrar alguna salida sensata y humanizada a la crisis. Se insiste –y ello vale también para los gobiernos de países ricos y los llamados organismos financieros internacionales- en imaginar “los mercados” como una especie de condición sine-qua-non. O sea: la economía existe en virtud de ellos y en función de ellos, por lo no es posible ninguna salida de la crisis fuera de ellos.
Paradójicamente, lo contrario es lo correcto: salir de la crisis exige someter esa institucionalidad a criterios superiores: los de la democracia y el control ciudadano y, por lo tanto, los de las necesidades de las personas de carne y hueso y de las comunidades humanas concretas.
Mientras no se entienda esto tan básico la crisis seguirá profundizándose de forma que, en realidad, todas las “soluciones” serán simplemente formas de agravar la crisis en términos de sus consecuencias humanas y sus costos sociales.
(Aclaro, sin embargo, que lo de que “no se entiende” es simplemente una metáfora. No se entiende porque no conviene que se entienda. El poder del capital –y en particular del capital financiero globalizado- hacer ver como natural todo esto, y detrás de esa fachada, y con esos ropajes mitológicos, esconde y legitima sus intereses).
Según parece, los grupos dirigentes en Costa Rica –políticos, empresariales, mediáticos- andan muy gustosamente atrapados en esa misma neblina ideológica. Lo cual resulta preocupante, ya que ello tan solo anticipa una cosa: no podemos contar con que esta gente esté dispuesta a hacer lo que se requiere para prevenir y minimizar, hasta donde sea posible, el golpe que esta crisis trae a nuestro país.
Intentaré ilustrar lo que acabo de decir.
En su reciente gira europea, la Presidenta Chinchilla, en un discurso ante la Organización Mundial del Comercio en Suiza, declaró –según La Prensa Libre- que “el comercio sigue siendo el motor del crecimiento económico internacional” y “la receta de nuestra hora es más apertura, menos proteccionismo, menos subsidios, menos barreras”.
Ello tiene cierta correspondencia con lo que la propia señora Chinchilla me decía en una conversación al que la Presidenta me hizo el honor de invitarme días atrás, cuando comentaba que frente a los agudos problemas económicos a ambos lados del Atlántico Norte, su gobierno había optado por la “diversificación”, entendida tal cosa como la firma de nuevos tratados de esos equívocamente llamados de libre comercio.
Así, la Presidenta quería ilustrar su “amplio acuerdo” con las ideas que modestamente intenté exponerle, sin al parecer percibir el desacuerdo radical entre mi planteamiento y el de su gobierno.
Un par de ejemplos adicionales, pero estos provenientes de dos de los ideólogos favoritos del buque insignia del neoliberalismo criollo, es decir, el diario La Nación.
Primero Luis Mesalles en su columna semanal, donde comenta las recientes medidas de la Reserva Federal estadounidense (la FED) tratando de hacer bajar las tasas de interés a largo plazo. Al respecto anota: “Lejos de estimular, el anuncio de la FED puso todavía más nerviosos a los inversionistas. Esto refleja lo sensible que se ha vuelto el capital financiero, que está listo para salir volando ante señales negativas”. Como se sabe, “inversionistas” es otro nombre para ese mismo temible demiurgo llamado “mercados”. Como decir Zeus para los antiguos griegos que era Júpiter para los romanos.
Por otra parte, ya he contado la anécdota de la Ministra de Planificación, cuando en aquella misma conversación con la Presidenta Chinchilla, lanzaba angustiados conjuros intentando aplacar las furias de tan misteriosas deidades.
La idea es tan simple como implacable: nadie –ni siquiera el poderoso banco central gringo- puede permitirse inquietar la tranquilidad de “los mercados”. Lo que ya va siendo menos claro, es hacia dónde se supone que esos inversionistas salen “volando” (según lo afirma Mesalles). Si esos mismos “inversores” se encargan de sumir al mundo entero en una crisis pavorosa ¿adónde más  podrán “invertir”? Quizá ello permita entender los afanes del mediático Franklin Chang con su motor de plasma. Acaso algún oráculo le hizo entender que los dioses quieren explorar otros planetas donde invertir.
El segundo caso proviene de Alberto Franco, otro de los favoritos en páginas de La Nación, cuando en sus Lecciones desde Grecia indica que todo el extenuante esfuerzo realizado por el gobierno de ese país europeo no “ha detenido la pérdida de confianza de los inversionistas”, en quienes reconoce la singular y divina bondad de ser “quienes han venido financiando el gasto en exceso del Gobierno” (del gobierno griego, se entiende). Al culto señor Franco no se le ocurre que, como mínimo, los “inversionistas” también deberían compartir algo del costo de todo esto. Impensable. Es que la divinidad jamás es responsable de nada, porque ella es perfección absoluta. En cambio, le parece muy natural la barbarie a que está siendo sometido el pueblo griego (al parecer, los mercados son como el Yahvé del Antiguo Testamento: crueles y furiosos).
Bueno, que más o menos en estas manos estamos. Y los ejemplos anotados no son poca cosa.
De un lado, la Presidenta, que recién acababa de establecer un acuerdo con Ottón Solís, jefe del PAC, para impulsar una reforma tributaria progresiva, pero sin al parecer tener mucha idea acerca de la coherencia de esa propuesta dentro de su esquema general de políticas, y sin que ni ella ni su distinguido interlocutor parecieran haber percibido que un acuerdo palaciego como este, está condenado al fracaso justo porque toca al temible demiurgo del cuento, sin disponer de una base ciudadana de sustentación que pudiera darle alguna viabilidad política. Inconcebible que la señor Chinchilla fuese a pensarlo. Pero ¿y el señor Solís? El caso es que la mayor debilidad que históricamente ha mostrado su liderazgo se debe a que ofrece una extraña mezcla de tecnocracia y concepción principesca de la política.
Y, por otra parte, dos de los ideólogos favoritos de un medio de comunicación que por los últimos 30 años ha marcado la pauta en el devenir de las políticas públicas de Costa Rica.
O sea, tenemos razones para preocuparnos muy en serio.

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