Desde Haití: Grafitis de ciudad

Publicado en por Ivonne Leites. - Atea y sublevada.

Amelia Duarte de la Rosa, enviada especial

fotos de la autoraPUERTO PRÍNCIPE.—


Si considerables fueron los daños y perjuicios que al país entero causó el terremoto de enero del 2010, la capital intenta levantarse de las ruinas poco a poco. Con la llegada de la última hoja del calendario, los postes anunciadores, parques y calles se invadieron de carteles, luces y decoraciones que recrearon el espíritu festivo de esas fechas.

Sin embargo, el colorido solo le dio el calificativo de vieja coqueta a la ciudad. Todavía quedan construcciones semiderrumbadas y en las calles permanecen montañas de escombros y enormes basureros. En medio de plazoletas y parques —que otrora fueron espacios recreativos, de homenaje a los héroes y de embellecimiento urbano— viven cientos de personas en chabolas o tiendas de campañas armadas con nailon y retazos de madera.

La situación continúa siendo precaria para los desplazados, desheredados de su condición histórica social. Sin acceso al agua potable y con altos niveles de insalubridad y pobreza, en muchos rostros asoman gritos silenciosos de inconformidad y descontento.

Pero también la ciudad tiene su voz y no solo en la superabundancia de sonoridad que irrumpe a todas horas en cualquier lugar. Paredes, muros, puertas y baños públicos escritos, manchados, tachados una y mil veces, vociferan, defienden y proclaman lo innombrable, lo que solo circula como rumor.

Ahí están los mensajes a la vista de todos: la lucha simbólica contra la MINUSTAH, los estragos del cólera, las pintadas de corte político y social, la infinita sucesión de enunciados referidos a la religiosidad, la paz y la resistencia. En Puerto Príncipe, los grafitis transgreden los límites de la propiedad pública y privada, entretejen discursos de una manera desordenada y pintoresca, asumen el papel de portavoces anónimos de la sociedad.

Nadie sabe quién los pinta y la complicidad no los delata. Aparecen de la noche a la mañana y las varias manos de pinturas que echan sobre ellos no compiten con la obstinación de este lenguaje extraoficial, hecho a base de aerosol, tiza o carbón. Durante años han tomado la metrópoli por asalto para convertir lo siniestro en un acto creativo.

Y es en esa intención de querer expresar, de una forma natural, distintos puntos de vista, donde se distinguen los estilos. Algunos forman parte de la cultura hip hop, contienen dibujos de colores llamativos y pequeños versos. La mayoría son más directos, emergen escritos con un solo color y en un estilo apresurado, como si la crudeza de la denuncia no contara con el beneficio de los minutos.

 

 

Hoy también podría llamarse a Puerto Príncipe una ciudad de grafitis. Una ciudad que manifiesta públicamente su decadencia y sus deseos de encontrar el camino para resurgir. ¡Ojalá así sea! No obstante, los grafitis —quizás con otros sentidos— permanecerán y seguirán siendo comunes.

 

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