Indignados en Tel Aviv
Llevan así varios días en Tel Aviv, Jerusalén, Beersheva o Kfar, manifestando descontentos acumulados, bajo el soplo de un movimiento que arrancó en Madrid el 15 de mayo, y atraviesa ya diversas geografías dominadas por igual por un sistema con hondas brechas sociales. El malestar es parejo también donde sus gobernantes ya no pueden solaparlo más mediante un arrogante discurso expansionista con engañosa retórica de víctima. Por el contrario, protagonistas de la protesta afirman que los movimientos árabes los alientan.
Al plantón de indignados han acudido personas de izquierdas o derechas, porque para esos jóvenes las vicisitudes no los distinguen. La mayoría de estos estudiantes universitarios y jóvenes profesionales de la clase media no pueden adquirir una vivienda en sus lugares de trabajo porque los precios se han disparado en los últimos tres años.
Y mientras lo sufren, han denunciado que muchas de estas residencias están ocupadas de forma “fantasmagórica” por judíos no residentes en el país, la mayoría norteamericanos y franceses de alto poder adquisitivo, que sólo las ocupan esporádicamente para las vacaciones de verano; otros, las adquieren como inversión y las cierran a cal y canto.
Los indignados crecen y se tornan más visibles donde quiera que se agudizan las desigualdades, entre una clase poderosa y la mayoría de la población.