Uruguay: Entrevista a Andrés Nuñez Leites, sociòlogo y maestro, autor de numerosos escritos de análisis politico y sobre la enseñanza
Entrevista realizada por los compañeros de Semanario Alternativas.
Y si... es mi primo
La izquierda ha muerto
15 de enero de 2009
Aportes críticos para la comprensión del viraje neoliberal de la izquierda latinoamericana en el poder, desde el caso uruguayo. Comprende siete textos:
(I) - Del proyecto socialista al gobierno responsable
(II) - Realidad y utopía, derecha e izquierda
(III) - Slogans para una posición victoriosa en el discurso y en el campo político
(IV) - El "pragmatismo" como ideología conservadora
(V) - De los comités de base a los clubes políticos
(VI) - Sentido común neoliberal
(VII) - La muerte es necesaria para que resurja la vida
LA IZQUIERDA HA MUERTO (I)
Del proyecto socialista al gobierno responsable
El "pragmatismo" como ideología conservadora
(I) - Del proyecto socialista al gobierno responsable
(II) - Realidad y utopía, derecha e izquierda
(III) - Slogans para una posición victoriosa en el discurso y en el campo político
(IV) - El "pragmatismo" como ideología conservadora
(V) - De los comités de base a los clubes políticos
(VI) - Sentido común neoliberal
(VII) - La muerte es necesaria para que resurja la vida
LA IZQUIERDA HA MUERTO (I)
Del proyecto socialista al gobierno responsable
La propia construcción del Frente Amplio implicó una posición reformista. Los grupos políticos que se integraron desde una posición asumida como revolucionaria, pospusieron la concreción de la revolución -en el sentido del asalto al poder para la socialización de los medios de producción- hacia un futuro impreciso en el cual la acumulación de fuerzas hiciera que, a lo sumo, el uso de la fuerza fuese tan solo un "momento" para la readecuación del sistema político a las nuevas correlaciones sociales de fuerza, inclinadas hacia "el campo popular".
La conformación de un conglomerado de partidos y movimientos de izquierda para el acceso electoral al poder de gobierno aparecía en el discurso como "herramienta" y no como fin en sí. Herramienta que asumiría distintos sentidos: desde la construcción de una socialdemócracia hasta una "dictadura del proletariado" de corte stalinista. Pero el devenir histórico fue convirtiendo a la herramienta en un partido propiamente dicho, que como sistema, no resulta de la simple relación utilitarista de sus componentes. Aparece el frenteamplismo como identidad, reforzado por el discurso de la unidad de la izquierda, con sus consecuencias homogeneizadoras a la vez que tolerantes.
El gradualismo (por oposición a la urgencia revolucionaria) como doctrina, se presenta con los ropajes de la "madurez política". En oposición al romanticismo adolescente, el gradualismo de los cambios se propone una gestión "responsable" de las agencias estatales. Para que "el pueblo" (ya no el proletariado) pudiese construir una sociedad "más humana" (ya no socialista) debía planificar concienzudamente la transición. Hete aquí una imagen voluntarista e instrumentalista del poder: este aparece como algo patrimonial, algo que puede poseerse y cuyo sentido puede orientarse voluntariamente. El estado (y su policía, su ejército, su escuela) no son percibidos como superestructura burguesa para la ejecución y legitimación de la dominación clasista, sino como herramientas capaces de asumir múltiples sentidos, entre ellos, la construcción de una sociedad sin clases, o con una menor "brecha" entre las mismas. Del análisis de la estructura de propiedad y gestión de los medios de producción para la planificación de su propiedad y gestión socializada al sloganismo pequeño burgués de la "redistribución de la riqueza" -política con estrechos límites para el asistencialismo y "bienestar social", siempre débiles y prestos a suspenderse en caso de variaciones de los mercados externos, incapaz de resolver de modo duradero la existencia de pobreza y a su vez legitimadora de las relaciones sociales de producción que generan desigualdad y distribución asimétrica de la riqueza-.
Así como el cristianismo, al asumir el ritual hechiceril de la comunión dentro de una práctica y un discurso religioso que pospone hacia el infinito la unión del fiel con la divinidad, el discurso izquierdista de la "responsabilidad en el gobierno" pospone hacia el infinito la construcción del paraíso de los trabajadores. La justificación es práctica y asume la seriedad y madurez de la ciencia: los cambios alocados producen efectos insospechados y contraproducentes para los trabajadores. Hay que operar sistemáticamente: he aquí el corolario de la proposición previa.
El discurso de la responsabilidad, hace presentable la propuesta programática (cada vez más orientada hacia el "centro", es decir, hacia la preservación de las relaciones sociales de producción capitalista, con algún matiz asistencialista en política social), y hace presentables a los candidatos: empresarios y profesionales universitarios; todos vestidos con las galas del prestigio social dentro de un sistema de valores hegemónico en nuestra formación social capitalista.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (II)
Realidad y utopía, derecha e izquierda
Platón hacía decir a Trasímaco que la verdad es aquello que conviene a los poderosos. Muchos siglos después, por su elocuencia y concienzudo análisis, reconocemos con Foucault que saber y poder son una misma cosa. El poder construye saberes que funcionan como puntos de apoyo para su despliegue en un territorio (espacio geográfico, cuerpo, conciencia). La legitimación del poder opera via construcción de un sentido común que impregna nuestra percepción del mundo. Es decir que la realidad coincide con los dictámenes del rey. Convenientemente, el cuestionamiento de la realidad (cuestionamiento al discurso del poder) ha sido catalogado como "utopía", construcción fantasmática de un no-lugar "por definición" irrealizable (no constituible en nuevo poder). Proyección de deseos irresponsables, enunciación de paraísos imposibles, proposiciones no avaladas por la ciencia: esos son algunas de sus etiquetas infamantes. Convenientemente también, aquellos que han enarbolado las banderas de la utopía para el acceso al poder, han optado, en los casos más notorios como el de algunos marxismos, por intentar convencer(nos) de su carácter científico (real...), inapelablemente verdadero -en el sentido de la construcción de una dictadura de sentido alternativa-. No la libertad supuestamente disolutiva del deseo sino el sistemático desarrollo de una máquina lógico-militante, según un Programa. Socialismo científico versus socialismo utópico: los realistas se desmarcan de los románticos de siempre y preparan las bases teórico-prácticas de la dictadura del realismo socialista. No paradójicamente, este pensamiento jerarquizador y centrado, que antepone el partido a los intereses "particularistas" de los movimientos sociales, y la racionalidad instituída de la autoridad del partido al espontaneísmo de las bases, será el eficaz freno para los impulsos filo-revolucionarios presentes, encauzándolos por la senda del pragmatismo, el gradulismo y la sensatez burguesa, en definitiva.
Esta oposición realidad/utopía se asocia a otra: madurez/adolescencia. Este no es un detalle menor. Si hacemos una historia de la élite dirigente de la izquierda constatamos que, además de su creciente inserción en la burguesía pequeña y media (por su actividad profesional y empresarial), se han mantenido en calidad de dirigentes con escasa renovación generacional. Esto es: los revolucionarios adolescentes se hicieron conservadores adultos y ancianos. Tendencialmente (más allá de algunos gloriosos viejos "reventados") el envejecimiento se acompaña de una situación social más consolidada, y de una preferencia obvia por la no modificación estructural de las relaciones sociales que sustentan la vida. Los izquierdistas maduros lograron acumular cierto capital y prestigio precisamente en un modo de producción capitalista, signado por pautas valorativas de prestigio capitalistas. Además de ejercer una feroz gerontocracia en la izquierda, los izquierdistas maduros fueron tiñendo el discurso político de la izquierda con las marcas de la sensatez: cambios sí, locuras no.
Y la última concatenación lógica que haremos por ahora es que realidad/utopía se asocia no solo con madurez/adolescencia sino también con derecha/izquierda. Quiere decir lo anterior que, en la medida que la necesidad de aceptación política por parte de las clases medias y las clases dominantes, ha llevado a una identificación con estas. La realidad es la visión del mundo del poder, decíamos en (6), de ahí que, el deseo de proyectar una imagen madura y realista, llevó a una atenuación de las aristas cortantes del discurso, y a una creciente identificación con el discurso político de la derecha. Un botón de muestra: el equilibrio macroeconómico logrado en los 1990s sobre la base de la exclusión social y la creciente dependencia externa, era presentado por los dirigentes frenteamplistas como "logros a preservar" en la campaña electoral que los llevó al gobierno.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (III)
Slogans para una posición victoriosa en el discurso y en el campo político
La debacle social del proyecto neoliberal, iniciado en los 1960s, consolidado por la dictadura militar en los 1970s y 1980s, y llevado (pensábamos) a su cumbre en los 1990s por los partidos políticos de derecha, generaba un lugar político electoralmente redituable: el de la izquierda. Particularmente la crisis de comienzos de la década del 2000 hacía difícilmente viable un triunfo electoral de partidos políticos de derecha. Así lo comprendieron sus dirigentes, que, como última maniobra desesperada, intentaron promover a un líder con tintes progresistas en su discurso. Pero no lo lograron: la izquierda tenía la autoridad histórica, la legitimidad para enunciar la injusticia del neoliberalismo. Desarrollo con inclusión, solidaridad, integración regional, desarrollo sustentable, equidad, etc., habrían de ser parte del discurso victorioso. Si el Frente Amplio, o mejor dicho, sus dirigentes hubiesen afirmado previamente a las elecciones, que sus verdaderas intenciones eran convertir la construcción de plantas de celulosa en causa nacional, el modelo forestal en clave del desarrollo económico, el pago adelantado de intereses de deuda externa al FMI, la suba de costos de servicios públicos como ajuste fiscal, la elaboración de una reforma tributaria que no tocaría a los grandes capitalistas, el atraso cambiario, la firma de TPC y TLC con Estados Unidos, el apoyo a la operación militar UNITAS, el apoyo a la invasión franco-estadounidense a Haití, el alineamiento tras Estados Unidos, etc., difícilmente hubiesen tenido éxito.
Pero el discurso de izquierda no ha sido un mero efecto del oportunismo. La izquierda llega al poder por su histórica construcción de una cultura de izquierda, que incorporó, con sus contradicciones, en la práctica, pautas de mayor solidaridad, participación, equidad de género, asociación de iguales y toma de conciencia popular. De ahí que el discurso izquierdista no sólo era la única verdad alternativa, ahora que el rey neoliberal estaba desnudo, sino que se afirmaba sobre innúmeros puntos de apoyo social, determinados por las redes de solidaridad y militancia política y en la sociedad civil.
La metodología de construcción programática del Frente Amplio es elocuente: llamado a los gremios e interesados por área para la elaboración del capítulo correspondiente del Programa. Cada "sector" estaba llamado a plasmar en el papel que, según estatutos, se convertiría automáticamente en Programa de Gobierno, sus deseos de corto plazo, y sus objetivos y principios de largo plazo. Así, se lograba concentrar en un texto los deseos de sectores populares y medios-bajos, que, evidentemente contrastaban con el establishment neoliberal, y funcionaron como excelente carnada para los votos. Luego, la "cultura de gobierno" haría que aún estos deseos de corto plazo tuviesen que posponerse una vez más.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (IV)El "pragmatismo" como ideología conservadora
Es una operación automática: el discurso del poder refuerza su dimensión simbólica en la medida que es capaz de ejercer una persistente violencia simbólica sobre una población. Esto es: en la medida que logra presentarse como "objetivo", "científico", "natural", "revelado", según el caso, y no como interés de un(os) sector(es) sociales particular(es). El pragmatismo, entendido no tanto como la doctrina filosófica del siglo XX, sino como la "cultura de gobierno" (pos)moderna, se presenta a sí mismo como el resultado de la madurez intelectual y política, y del realismo científico en la apreciación del mundo. El pragmatismo no aparece como lo que es: como la conciliación de intereses de las clases dominantes y los gobiernos, para el mantenimiento del statu quo. Los flamantes gobernantes "pragmáticos" no tienen "pruritos ideológicos" y toman las "mejores decisiones prácticas" para solucionar "los problemas urgentes que aquejan al país". Léese ahí sin dificultad una visión inmediatista de la política, y una renunicia a los principios históricos de la izquierda, no sólo revolucionaria, sino incluso socialdemócrata (véase sino, la substitución de políticas sociales universales por políticas focalizadas "de emergencia").
El pragmatismo -y su neoliberalismo económico subyacente- es, además de una ideología conservadora que conviene a los intereses de las empresas trasnacionales, los capitalistas financieros, los grandes agroexportadores, los grandes importadores, y la élite tecnocrática, precisamente el discurso tecnocrático por excelencia. Para ser pragmático, no se requiere tanto el apoyo popular, y ni siquiera el entendimiento del pueblo, pues este, lego, no alcanza a comprender los viricuetos que sí manejan, de mil maravillas, los técnicos expertos de los gobiernos. Para ser pragmáticos, hay que poseer el savoir faire. Los técnicos asesores enuncian la madura verdad de lo posible que aplasta a los devaneos de los inocentes soñadores. A lo sumo, queda elegir entre un menú de opciones técnicamente incuestionables. Sí, una nueva versión del despotismo ilustrado.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (V)
De los comités de base a los clubes políticos
Uno de los procesos que acompañaron al crecimiento electoral de la izquierda uruguaya fue la concentración de poder en su estructura interna.
Los comités de base, que fueron pulmones de la izquierda que resistía el embate filo-fascista de los 1960s y 1970s, que producía discurso y construia decisiones políticas colectivas mediante consensos difícilmente articulados, fueron dejando lugar a locales que cada vez más se parecen a los clubes políticos de los partidos tradicionales. Ya en los últimos años como oposición, el Frente Amplio abandonó su histórico mecanismo de consenso y lo sustituyó por el de mayorías, con lo cual consagró la concepción de la democracia como imposición de las mayorías. Las decisiones aparentemente "ejecutivas", o en casos pretendidamente excepcionales de "crisis" (lo que nos recuerda la fundamentación del rol del Dictador) pasaron a ser decididas por los "cabezas de lista" de cada sector. Y ya en el gobierno, las decisiones no son tomadas en el partido, como ordenarían sus estatutos, sino en en el gobierno, particularmente en el poder ejecutivo, con el aval -cuando el acatamiento no es automático- por los candidatos más votados de cada lista, sobre la base de propuestas del presidente, por supuesto. Esta concentración de poder le permitió a la izquierda proyectar una imagen de solidez y unidad, a la vez que aplastar, en los hechos, las diferencias internas. Actualmente, la disciplina con que diputados y senadores del gobierno izquierdista toman decisiones estrictamente reñidas con su discurso político pre-electoral, comienza a ser materia de análisis académico. Se sabe: las estructuras autoritarias son más maleables a los cambios de sentido político de sus élites.
Operó (y sigue operando) aquí una verdadera expropiación de la palabra de "las bases" de la izquierda, siempre más populares y femeninas que las élites. Con la izquierda ya en el gobierno, desde la dirección de la "fuerza política" se plantea que el rol de las bases es "explicarle a la población" las decisiones gubernamentales. Propaganda y difusión: las funciones de los clubes políticos de derecha.
Esta expropiación de la palabra, acompañada por la pos-moderna disminución de la participación militante, es, a su vez, una expropiación del conocimiento del proceso político. La militancia es colocada en el papel de escucha y obediencia, y es la élite tecnocrática la que dicta el sentido político de la acción. Con débil fuerza argumental, pero fuerte manejo emocional, se logró paulatinamente en algunos temas, y con virajes abruptos de posición en otros, que buena parte de la militancia comenzara a propagar, tras el acceso de la izquierda al poder, un discurso opuesto al de campaña en varios aspectos clave, como los mencionados más arriba. Quienes no producen discurso, deben inteligir el mundo a partir de discursos ajenos. Pero cuidado: todavía ruedan los dados, y la sensibilidad y la capacidad de asco pueden permitir la emergencia de discursos alternativos o de no-discursos y acciones de resistencia.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (VI)
Sentido común neoliberal
Nos hemos extendido en otro lugar al respecto, así que nos limitaremos esta vez a enunciar la hipótesis: Las décadas de gobierno y propaganda neoliberal generaron un sentido común propicio a la aceptación automática de las políticas neoliberales. El neoliberalismo como estrategia de lucha de clases de las clases dominantes (gran burguesía y aliados) implica una serie de acciones decididas sobre los mass media, el sistema educativo, la administración del estado y las empresas, tales que toda una serie de propuestas con un sentido político-económico específicamente favorable a aquellas, aparecen naturalizadas bajo el manto de la ciencia económica. Así, "inflación de un dígito", "competitividad", "flexibilidad laboral", "inversión extranjera", "responsabilidad fiscal", "austeridad", "apertura comercial", "competencia", "seguridad jurídica para las inversiones", etc., son conceptos y slogans que se imponen mediante un persistente ejercicio de violencia simbólica. Esto quiere decir, siguiendo a Bourdieu, que se presentan como producto neutro de la ciencia (como si hubiera una ciencia que en al menos en última instancia no tuviera sentido político) en lugar de lo que son: arbitrariedades culturales. Imposición arbitraria de una serie de arbitrariedades culturales que refuerzan a su vez las relaciones de poder asimétricas en que se gestan, desde que ocultan esas relaciones de fuerza y esa condición asimétrica de las mismas. Porque aquellos conceptos entre comillas son perfectamente discutibles, tanto aislados como en el marco del discurso neoliberal en que se gestan. Es más: el mundo conoce una larga cadena de consecuencias atroces de su entronización por parte de los gestores de la política económica de los estados tanto del "primer mundo" como del "tercer mundo".
"Yo no quiero creer que se dieron vuelta". Esta es la frase popular que resume la negación a aceptar lo evidencia del viraje liberal de muchos gobiernos izquierdistas. A la reacción inicial de identificación con el gobierno y sus miedos, su cautela ante el peligro de ser arrancados del poder por las clases dominantes, los partidos políticos de derecha, o incluso las fuerzas armadas -con sus elites vinculadas históricamente a esos partidos y a aquellas clases-, sigue una "tregua" del análisis: "Hay que esperarlos". Y cuando los años van pasando, llega la frase que encabeza este párrafo y la actitud consiguiente de resignación. La esperanza es lo último que se pierde, de ahí que es esperable que en el último año de gobierno "progresista" se lleven adelante -como enseña la larga tradición gubernativa de los partidos de derecha- una serie de políticas sociales asistencialistas y toda una serie de medidas populistas no sólo económicas, que hagan renacer la identificación izquierdista del gobierno, pero que no modifiquen en grado alguno la estrucutra de relaciones sociales de producción, y que puedan ser fácilmente reversibles o compensadas en el primer año del período siguiente.
LA IZQUIERDA HA MUERTO (VII)
La muerte es necesaria para que resurja la vida
Algún día mereceremos no tener gobiernos. (J.L. Borges)
Cuando le preguntaron a Bourdieu si su sociología acaso volvía a la sociedad un universo frío, es decir, si la explicación de la lógica del poder subyacente al juego de los campos sociales, al desmitificar elementos de la voluntad y la ilusión humanas, conducía al desánimo propio del desencanto, este contestó -magistralmente- que lo mismo podía achacarse a Newton y sus hipótesis sobre la gravitación universal. Pues Newton, con sus trabajos teóricos, al tiempo que inauguraba una nueva física provisoriamente echaba por tierra (valga también literalmente la metáfora) al milenario sueño del vuelo humano espontáneo o mediado por fórmulas mágicas... Sin embargo, los descubrimientos de Newton abrían paso para que, tiempo después, los humanos desarrollaran medios mecánicos para volar...
La paráfrasis a Nietzsche no es casual: la izquierda ha muerto. ¡Y bien muerta se quede! La izquierda partidista, socialdemócrata, catch all, prudente, neoliberal una vez en el gobierno, ha muerto como camino para un cambio social inclusor. Trátese este último de un "capitalismo con rostro humano", una vía parlamentarista al socialismo, o cualquier variante del progresismo tecnocrático. La confianza en el partido de izquierda y su cuasi-monopolio de la acción política de izquierda ha muerto. Y ha muerto en Uruguay, en toda Latinoamérica, en Europa, en todo el mundo. La historia muestra una y otra vez, en distintos contextos, con distintas variantes, que una élite de técnicos universitarios que se hace del control del gobierno con arengas socialdemócratas o incluso revolucionarias, en nombre del pueblo, para mantenerse en el "poder" deben ejecutar las operaciones necesarias: acordar la mantención de privilegios de la burguesía, aquietar a los sindicatos y movimientos sociales, consolidar la paz injusta y el comercio asimétrico con las potencias dominantes del escenario mundial, por citar algunas. Se trata de una necesidad sistémica. La posibilidad de gobernar efectivamente "hacia la izquierda" sólo puede darse en base a la movilización popular permanente, de los distintos colectivos y personas cuyos intereses y deseos, cuya vida es afectada, mutilada por el capitalismo; de manera que el costo de la traición sea la pérdida del control del gobierno.
Asistimos en el presente a una desmovilización de facto de las fuerzas sindicales y de los movimientos sociales. Esto se debe, entre otros factores, a la pertenencia de sus élites e incluso de su base militante al partido de gobierno, lo cual conlleva una identificación que afecta emocionalmente la capacidad crítica, limitando la posibilidad de percibir que el rey está desnudo. También se debe a la confusión propia de la decepción, que moviliza mecanismos de defensa, que incluyen contorsiones conceptuales que intentan integrar dentro del "pensamiento de izquierda" posicionamientos políticos antitéticos con este: véase si no, la defensa militante del TLC con EE.UU., de la instalación de plantas procesadoras de celulosa (devastadoras para el medio ambiente), etc. Y se debe también a ciertas señales y medidas gubernamentales que tienden a proteger las "libertades sindicales", es decir, aportar seguridad laboral a los dirigentes sindicales; medidas que a un tiempo que legitiman saludablemente la acción sindical, cierran el trato de pasividad central sindical-gobierno de izquierda. Agréguese que el "salario social", subvención misérrima para las familias bajo la línea del hambre, moviliza evidentes simpatías pro-gubernamentales entre los sectores más desfavorecidos por el neoliberalismo, pues objetivamente los coloca en una situación más favorable que en períodos anteriores. Súmese finalmente, la pasividad complaciente de muchos intelectuales de izquierda, que no quieren ver peligrar su status quo profesional, su inserción en programas gubernamentales, su posición en la universidad pública.
La muerte de la izquierda partidista como vehículo del cambio social significativamente orientado hacia los intereses de las mayorías siempre postergadas puede dar lugar a distintos escenarios. Aquí entramos en un terreno hipotético, la consolidación de cuyas variantes depende de múltiples factores. El escenario más probable, que se ha hecho realidad en países como España, Chile o Brasil, por citar algunos ejemplos, está compuesto por un desgaje de la izquierda más "radical", es decir, la izquierda partidaria que no esté dispuesta a claudicar de sus principios socialistas, y la colocación de la población en una situación de rehén electoral entre un péndulo que va de la derecha neoliberal clásica a la izquierda progresista neoliberal (permítaseme ese oxímoron). El votante "de izquierdas" será atrapado en la disyuntiva de votar a la izquierda "radical", de modo más acorde a sus principios anti-neoliberales y anti-imperialistas, favoreciendo la posibilidad matemática del triunfo de la derecha, o votar a una izquierda que sigue siéndolo pero sólo de nombre. Es decir: izquierda neoliberal o derecha neoliberal. Ese escenario "pesimista" no podrá ser modificado por los pequeños partidos de la izquierda no gubernamental, al menos si continúan exclusivamente con un discurso marxista ortodoxo, que no puede dar sentido a la nueva situación de la izquierda en el poder, de los conflictos ambientales (que no sólo se explican por la lógica del imperialismo como fase expansiva del capitalismo, lamento decir, sino por lógicas de territorialización del poder, que en todo caso pueden ser mejor comprendidas desde los discursos ambientalistas de raigambre ácrata, pos-estructuralista e incluso posmodernista), y unas prácticas militantes que, más allá de las mejores intenciones, han conducido muchas veces a la instauración de pequeñas dictaduras locales de sentido, a la pérdida de diversidad interna y consiguientemente a la incapacidad de adaptación a las situaciones nuevas.
Las posibilidades de resistencia podrán ser múltiples, diversas, a partir incluso de intereses particulares, que podrán articularse ya no en un Programa de sentido dictatorial y traicionable, sino potencialmente a partir de las coincidencias en el terreno, en la práctica. Prácticas de resistencia e incluso revolucionarias, principalmente en torno a objetivos materiales, concretos, cercanos, visibles; prácticas que combatan al poder en su totalidad pero también en su capilaridad, allí donde se ejerce, allí donde consagra la derrota permanente de las clases dominadas, allí donde ahoga espacios vitales, mercantilizándolos, enajenándolos. Prácticas que renuncien a la postergación eclesiástica del paraíso hacia el infinito, es decir, que propongan y propugnen soluciones ya, en el presente; porque la postergación mencionada es precisamente la que dota de legitimidad a todas las castas sacerdotales. Prácticas que requieren de una dotación de sentido teórico, pero no para ordenarlas y encarrilarlas tras algún pensador iluminado o algún partido vanguardista, sino para servirles de herramienta para perfeccionar su efectividad en la acción. Esto no excluye la posibilidad de que nuevos o reformulados partidos de izquierda se inserten en ese proceso de resistencia, pero sí que se arroguen la representación de las personas. Porque enajenar la soberanía es el primer paso hacia la derrota. La izquierda en el poder puede pretender que ha terminado con la lucha de clases, como si esta fuera una decisión voluntaria, pero la lucha de clases es un proceso histórico inapelable, por la generación de intereses contrapuestos. Ahora se trata de abandonar el duelo por la muerte de una izquierda partidista, interpretar la nueva situación y actuar en ella. La muerte es imprescindible para la vida, traza los límites de esta, y si asumida, le provee herramientas para sentirla y atribuirle sentido. Quizá se acerque la hora de un nacimiento, o de muchos.