Vidrio y gorrión.- Por Gonzalo Solari.
Pasé casi toda mi infancia atado a la ilusión de vencer la muerte. Su escándalo llegó para quedarse, como los amigos del alma y los buenos recuerdos. Quizá fue una forma de sublimar el temor que aqueja, supongo, a todo niño: el de perder para siempre a sus padres.
También dejaron su huella las tertulias familiares con sus truculentas historias de lobizones y almas en pena. Y la abuela, arrimando su fosforito a la mecha, caminando por los patios del verano y haciendo un alto bajo la higuera o a la sombra del añoso parral para exclamar con aire de alivio y placer:
-Qué muerte más divina tuvo Fulana!
Yo, incapaz de conciliar cosas que se me antojaban distantes y opuestas, la escuchaba incrédulo desde el asombro de mis ocho o nueve años.
Hasta que una tarde, mientras jugaba haciendo tiempo para el café con leche, a mi lado cayó muerto un gorrión. Se había estrellado contra el vidrio de la ventana que daba a la parte techada del patio.
Lo tomé entre mis manos. Estaba caliente y sin la menor huella del golpe. Tenía los ojos abiertos y a pesar de que ya era cadáver, parecía respirar gracias a la brisa que levantaba un poco el plumón del buche.
Esa fue la única vez en mi vida que sentí la muerte derrotada y ausente, sin la presencia abominable que le habría dado un hondazo, una perdigonada artera u otro animal mutilando el plumaje.
Y entendí que mi abuela necrófila, de la que yo me burlaba zumbón y sin tregua, le pasaba rozando con su flecha ingenua al blanco desafiante de la muerte.
Aquel pájaro enfriándose en mis manos, casi tieso, adhiriéndose, casi pegándose a la muerte, privándola de sus armas favoritas; el tiempo y el dolor, el conocimiento y el dolor, le había infligido su imperfecta derrota.
Qué le queda a la muerte si no golpea en vida la puerta del que la espera?
Y claro, cómo no acordarme de don Carlos Gardel cumpliendo a rajatabla su doble destino de gorrión. Su vuelo interrumpido en Medellín, su canto nunca acallado.
Su pasar de un plano a otro sin perder lo mejor de sí mismo, su legado que el disco enroscó para siempre en la memoria de todos nosotros, los rioplatenses.
Gonzalo Solari
Arezzo, Italia, junio de 2012