Homosexualidad árabe, la revolución pendiente / Buscando la palabra ’sexo’ en árabe

Publicado en por Ivonne Leites. - Atea y sublevada.

La comunidad LGBT, que participa como cualquier otro colectivo en las revoluciones sociales, ve una oportunidad en la 'primavera árabe'
Pese a ello, la homosexualidad es castigada con prisión en buena parte de la región, sino con pena de muerte
Desde el Líbano, el país más tolerante pero no más permisivo, varias ONG luchan en nombre de toda la comunidad regional

Teddy, un bisexual libanés profesional de la danza del vientre, se prepara para su actuación. (Osama Ayub/AP)

En medio del milagro de la Plaza Tahrir, se produjeron múltiples prodigios ensombrecidos por la grandeza del desafío social contra décadas de dictadura egipcia. Mujeres y hombres luchando mano a mano, cristianos y musulmanes, laicos e integristas, derechas e izquierdas… Pero sin duda uno de los fenómenos más desconocidos fue la inesperada alianza de homosexuales con los Hermanos Musulmanes. Cuentan que compartieron no sólo sueños revolucionarios sino el espacio físico de las tiendas de campaña que emergieron en Tahrir, toda una novedad para una organización integrista como la Hermandad. Y que la convivencia duró exactamente lo que duró la revolución.

“Después, los mismos homosexuales fueron atacados por los miembros más homófobos de los Hermanos Musulmanes, que rechazaron trabajar con ellos. No nos extrañó: en las agendas políticas siempre se oprime a los homosexuales de una forma u otra”, explica Anthony Rizk, miembro de Helem, la organización más visible y activa que defiende los derechos de la comunidad LGBT –Lesbiana, Gay, Bisexual y Transexual- en el Líbano.

Pese a ello, el hecho de que la comunidad LGBT de Egipto saliera a la luz con motivo de la insurrección social da esperanzas a los homosexuales, bisexuales y transexuales de Oriente Próximo. En primer lugar porque vencieron un miedo múltiple: el miedo a la dictadura y a la represión de un Estado policial pero también a la estigmatización social tan común en la sociedad local.

Manifestación del orgullo gay en Beirut. (Hussein Malla/AP)

Eso lleva a pensar que la primavera árabe sólo puede ser positiva para la comunidad más discriminada y castigada del territorio MENA –Middle East and North Africa, Oriente Próximo y Norte de Africa- que lucha desde años por tener visibilidad y por el mero derecho a existir. Gays, lesbianas, bisexuales y transexuales árabes hartos de que sus dirigentes nieguen su mera presencia, de que sus familiares les consideren una vergüenza y de que su comunidad les trate como a seres de segunda clase. “No se pueden anticipar cambios, pero las revoluciones favorecen la aparición de diferentes ideas, de diferentes partidos, del activismo de toda clase. Y eso sólo puede ser positivo. Es mejor que la estrategia del silencio”, razona Hiba Abbani, presidenta de Helem, la ONG más activa y visible de la región.

Los aires de libertad han dado energías al colectivo pese a la discriminación que padece, pese a los tabúes ancestrales que les siguen marcando y pese la debilidad de su posición. Un buen ejemplo es la última plataforma online de la comunidad LGBT árabe, Ahwaa, un foro de conversación donde sus miembros pueden compartir inquietudes y encontrar apoyo, comprensión y consejos basados en la experiencia. Cómo decírselo a la familia, cómo enfrentarse a compañeros de trabajo o clase homófobos, cómo explicar tu condición sexual a los amigos de siempre…  ”Puede resultar muy difícil, o al menos para mí lo es, verte a ti mismo como un gay orgulloso y un musulmán observante. ¿Cómo os arregláis con eso?”, preguntaba un usuario. Es una pregunta tan frecuente en el colectivo como imposible de formular fuera del mismo.

Diálogo, información y aceptación son seguramente las cosas más anheladas entre la comunidad LGBT árabe. Los más privilegiados son, sin duda, los libaneses. En la sede de Helem, situada en el bello edificio de Zico, una residencia de artistas cerca del parque de Saadnayel, dos chicas se besuquean en una suerte de salón donde horas más tarde se proyectará la película Cisne Negro. Un par de habitaciones más allá, tres jóvenes trabajan ante sus ordenadores y responden llamadas telefónicas.

Charbel Maydaa, responsable de programas de Helem, en la sede de la ONG. (Mónica G. Prieto)

Se trata del corazón de esta ONG, una referencia en Oriente Próximo y el Norte de Africa. Seguramente, porque es la única legal de la región pese a que la homosexualidad –en concreto, “practicar actos contra natura”- es delito en el país del Cedro. El artículo 534 pena con hasta un año de cárcel dichas conductas, y es esgrimido por no pocos policías para detener a jóvenes los fines de semana. A veces les golpean y luego les dejan marchar, otras les arrestan. “Cada semana tenemos dos o tres detenciones, especialmente en Trípoli, sólo para que los policías se diviertan”, explica Charbel Maydaa, responsable de programas de Helem. Trípoli, segunda ciudad del Líbano y foco del extremismo religioso suní, es un lugar demasiado conservador para que los jóvenes puedan exhibir un comportamiento sexual diferente de forma abierta. “El bajo nivel educativo y la mala situación económica les deja aún más indefensos ante los abusos policiales. Si no sabes tus derechos, eres más vulnerable”.

Helem ha lanzado un programa, financiado por la Embajada de Noruega, para formar activistas en 28 localidades libanesas dedicados a asistir a la comunidad LGBT en educación –“hay quien nos llama preguntando si podemos hacerle un análisis de orina para saber si es gay”- y también para que conozcan sus derechos. “Los nacidos en Beirut son más tolerantes con la gente diferente. En las regiones las cosas no son tan fáciles. Necesitas el apoyo de tu familia, porque si tu familia te protege la comunidad te respeta. Pero pocas familias en las provincias van a defender a un hijo homosexual, y no por la religión, sino por la tradición cultural”, lamenta Maydaa. “No hay educación sexual en los colegios que cambie esa cultura”.

Y la cultura árabe puede llegar a plantear un peligro de muerte para sus ovejas negras. Los crímenes de honor que se ceban en las mujeres también afectan a gays, lesbianas y transexuales, a todos aquellos cuyo comportamiento socave el pretendido honor de la familia. “Desde 2004, hemos sacado a dos personas del país ante el peligro de muerte que afrontaban”, prosigue Charbel. “El último, hace tres meses, pudo recibir asilo en Bélgica tras sufrir varios intentos de asesinato a manos de su tío, un alto oficial de la Seguridad libanesa”. El agresor en cuestión era un intocable, pero aunque no hubiera sido parte de la maquinaria, la denuncia está fuera del alcance de gays y lesbianas. “No se puede acudir a denunciar una agresión a la Policía porque te arrestan”, continúa Hiba. “Especialmente en las zonas rurales, donde las tribus aplican sus venganzas de forma autónoma. Todo lo relacionado con las familias es tabú en el Líbano”. Lo que ocurre de puertas para adentro queda de puertas para adentro.


 

 

 

El riesgo que confrontan los gays, lesbianas, bisexuales o transexuales no es sólo existencial. Sus vidas se convierten en una eterna carrera de obstáculos. “En el colegio hay bulling contra el chico afeminado o la chica masculina, y los profesores suelen ser homófobos, lo que anima a los agresores. Más tarde, resulta difícil que te contraten si tu aspecto no es el de un heterosexual. Y cuando lo hacen nos exponemos a que nos paguen menos salario, a que nos hagan trabajar más horas que el resto, cualquier cosa. Nos chantajean con despedirnos y con impedir que nos vuelvan a contratar”, prosigue Hiba.

Hiba y Anthony recuerdan en voz alta el último despido de un joven al que su empresa obligó a hacerse un análisis de sida. A Charbel Maydaa ya le sorprenden pocas cosas en Oriente Próximo. Trabajó durante cinco años con el programa de Desarrollo de Naciones Unidas estudiando la discriminación de los homosexuales en una investigación que le llevó a Egipto, Yemen, Irak, Túnez, Argelia… Cinco años en los que constatar lo difícil que sigue siendo defender la sexualidad del individuo cuando no se ciñe a la heterosexualidad en una sociedad tan arcaica y tribal como la árabe.

“El peor lugar es Irak, sin duda”, reflexiona Charbel, interrogado sobre el ranking de los peores lugares para nacer homosexual. “El segundo lugar es Yemen, y el tercero seguramente Egipto”. Eso, a pesar de que en Egipto no es exactamente ilegal. Sí lo es la conducta obscena, la práctica de perversiones y el exhibicionismo, y gracias a ello hay centenares de personas arrestadas por sus preferencias sexuales. En Yemen, está vigente la pena de muerte contra los gays y lesbianas, como ocurre en Arabia Saudí. Se aplica en pocos casos, pero sí es común en el reino wahabi que los homosexuales sean condenados a penas de cárcel y a recibir hasta 2.000 latigazos. En Palestina la presión social discrimina y empuja a los homosexuales hacia Israel, donde son a menudo obligados a convertirse en informantes a cambio de no desvelar su identidad sexual. En Emiratos Arabes, los detenidos pueden llegar a recibir hormonas masculinas para ‘ser curados’, y en Siria la represión social es total hacia la comunidad LGBT. La aceptación es inconcebible. Y en Irak, a la guerra civil le siguió una verdadera campaña de limpieza sexual donde unos 500 homosexuales fueron asesinados, a menudo a manos de la policía.

Campaña en Beirut contra el artículo 534, referente a la homosexualidad. (Hussein Malla/AP)

Los únicos sitios de la región donde la comunidad vive en relativa calma –muy relativa- son Jordania y Líbano, considerado el paraíso de los homosexuales árabes gracias al relativo aperturismo de sus locales para la comunidad LGBT y el eco que han tenido en la prensa internacional. Sus lugares más emblemáticos son bares como Wolf o Bardo, en pleno Hamra, como el Life Bar en el sector cristiano de Ashrafiyeh o Acid, la única discoteca gay del mundo árabe, que resiste abierta pese a las denuncias de vecinos que han llevado en más de una ocasión al cierre, eso sí temporal, de sus instalaciones.

“Creemos que es dañino que se presente Beirut con la falsa imagen de refugio de homosexuales”, insisten Anthony y Hiba. “Hay una buena situación para quienes tienen recursos económicos, especialmente para los gays, pero la discriminación es un hecho. Y además, todo aquel homosexual árabe que trata de refugiarse en el Líbano es tratado como cualquier otro refugiado, y por tanto suele terminar en prisión”. Fue el caso de Randa, la transexual argelina que relató su experiencia a Periodismo Humano.

Gracias a la labor de Helem, que tiene abogados asesorando al millar de simpatizantes en el Líbano, cada vez se ayuda más al refugiado que busca en el Líbano la aceptación de la que carece en su lugar de origen. Mucho han cambiado las cosas desde que Helem quedase legalizada casi por una casualidad, mediante un vacío legal que la convirtió en la primera ONG dedicada a la comunidad LGBT de Oriente Próximo. En 2004, los responsables de Himaya Lubnaniya lil Mithliyin, o Protección Libanesa para los Homosexuales, enviaron al Ministerio del Interior su documentación para que la ONG fuera registrada. Y no recibieron respuesta, ni positiva ni negativa. “Según la legislación, el hecho de que hayamos pagado y recibido un recibo del registro implica, ante un tribunal, una prueba de que el Estado nos reconoce”, explicaba hace cuatro años el entonces presidente de Helem, Georges Azzi.

Desde aquel silencio administrativo ha transcurrido un mundo. Otras asociaciones como Meem -para lesbianas, bisexuales y transexuales- han aparecido y se han asentado con publicaciones como Bekhsoos, una revista semanal hecha por y para el colectivo. Ahora, Helem trabaja en colaboración con el Ministerio del Interior y también con el de Salud, con quien se ha elaborado el estudio “Homofobia en los servicios clínicos del Líbano”, el primer informe sobre cómo tratan los médicos cualquier comportamiento sexual que no sea hetero.

Hiba Abbani, presidenta de Helem, en la sede de la ONG. (Mónica G. Prieto)

Los resultados son descorazonadores. La muestra incluye a 72 médicos –tanto obstretas y ginecólogos como expertos en Medicina Interna-, en su mayoría varones y casados: el 60% define la homosexualidad como una enfermedad que necesita atención médica, y un 72.9% considera que requiere atención psicológica. El 27,9% admite tener conocidos homosexuales, y de ellos el 63,2% considera que la homosexualidad es una opción personal. Para el 72,1%, que no cree conocer a homosexuales, se trata de una enfermedad mental o física. Sólo el 6,9% de los consultados ha sido recibido formación específica para atender a la comunidad LGBT.

Eso son los médicos libaneses, profesionales formados en Europa y Estados Unidos. Es de temer que en el resto de la región, la elite sea un mero reflejo de una sociedad homófoba e intolerante con cualquier comportamiento que se salga de lo tradicionalmente aceptado. Eso, a pesar de la tradición homosexual que rodea la Historia árabe, con poetas gays tan famosos como Abu Nuwas –uno de los grandes clásicos árabes, del siglo VIII- a quienes se dedican avenidas en toda la región, o el cantante Tuwais. Y de la doble moral: la segregación sexual impuesta por la interpretación del Islam deriva en efusividades entre chicos y entre chicas chocantes para los occidentales. Los jóvenes del mismo sexo habitualmente van de la mano y se saludan besándose en las mejillas, se acarician y se abrazan, algo completamente aceptado.

“El problema no es tener sexo homosexual, sino mantener una relación sentimental siendo homosexual”, explica Abdi, pseudónimo de un musulmán libanés que convive con su pareja en Beirut. Una vez más, lo que ocurre de puertas para adentro queda entre las cuatro paredes. De ahí que muchos homosexuales árabes opten por sobrevivir integrándose en la hipocresía local. “Muchas lesbianas se casan con gays para mantener las apariencias y proseguir con sus relaciones al margen de las miradas”, admite Hiba. Es lo más fácil: lo contrario supone vivir en constante desafío para defender el mero derecho a existir.

En el caso de las lesbianas, se consideran el estamento discriminado de la comunidad LGBT. “Ser lesbiana te desacredita incluso ante otras mujeres. Acumulamos todos los estigmas de la mujer, que ya en la sociedad árabe desempeña un papel secundario”, suspira la presidenta de Helem, quien sin embargo ha optado por luchar para cambiar las cosas. Y como ellas, otras muchas lo hacen. La suya no sólo es la revolución pendiente, también es la revolución inabarcable.

 

Buscando la palabra ’sexo’ en árabe

La juventud árabe lucha por romper los tabúes sobre la sexualidad en una sociedad cada vez más tradicional y religiosa
Los matrimonios de placer, una forma de prostitución encubierta, se imponen entre la nueva generación para satisfacer sus necesidades
Próximamente publicaremos un reportaje sobre la situación de la homosexualidad en el mundo árabe.

 

Una pareja musulmana pasa ante una lencería de Beirut. (Mónica G. Prieto)

Cuando la libanesa Randa Mirza comenzó su investigación junto a la italiana Giulia Guadagnoli sobre el impacto de imágenes del cuerpo humano desnudo y la percepción sexual entre la juventud árabe, el primer problema que encontraron fue que les fallaban las palabras. Al menos, palabras en árabe. “Alguien nos dijo que le resultaba embarazoso hablar de la sexualidad en árabe, así que optamos por el inglés”.  Lo mismo les ocurrió a la doctora Brigitte Khoury, directora del Centro Árabe Regional de Investigaciones y Entrenamiento en Salud Mental y a su asistente Sarah Tabbarah cuando lanzaron el primer estudio panárabe sobre comportamientos sexuales: “No hablamos de esas cosas en árabe”, alegó uno de los participantes.

Esa es la razón por la que, en público, la sexualidad árabe se escribe (y se habla) en inglés, el idioma que empieza a controlar la nueva generación, atrapada entre los conservadores clichés culturales, la represión religiosa y restrictivas leyes, mezcla de todo lo anterior, que castigan la expresión sexual. El idioma es sólo un símbolo del intento de esconder -por pecaminosa- una sexualidad tan latente como en cualquier otra sociedad, en la que sólo unos pocos se atreven a retar todo un contexto social de limitaciones cuya transgresión conlleva duros castigos, como las jóvenes detenidas por las autoridades o apaleadas por sus familias por conversar con chicos o aquellas lapidadas en Irán, Irak, Arabia Saudí o Afganistán por mantener relaciones extramatrimoniales, reales o imaginadas por sus vecinos.

“Cuando las mujeres se independizan se cuestiona su moralidad“, aseveraba el profesor Samir Khalaf, director del Centro de Investigaciones de Comportamiento de la Universidad Americana de Beirut, en el seminario Juventud, Sexualidad y Autoexpresión en el mundo árabe, convocado por el Instituto de Asuntos Internacionales Issam Fares y por el Instituto Goethe y celebrado la pasada semana en Beirut. Cada vez más féminas se independizan laboralmente incluso en el conservador contexto árabe, donde las mujeres ya disponen del mismo nivel educativo que los hombres -cuando no superior- y eso implica una independencia emocional y sexual. Algo intolerable en el caso de las mujeres.

Una pareja árabe toma fotografías en un acuario de Dubai. (M.G.P.)

Como incidía la mencionada Brigitte Khoury, “aunque la religión condena el sexo prematrimonial, la sociedad lo consiente pero sólo en el caso de los hombres“. Esta hipocresía es que la exaspera a Joumana Haddad. “Maha era una joven jordana de 24 años. Se quedó embarazada tras ser violada por un vecino: su hermano la golpeó y la mató a cuchilladas. Le cayó una sentencia de seis meses de cárcel: el tribunal lo justificó alegando que había actuado así ante el vergonzoso comportamiento de ella”, recuerda la transgresora escritora libanesa. Unas 5.000 mujeres son víctimas de crímenes de honor -una forma de violencia sexista con el agravante de estar aceptado socialmente-  cada año. Y es un crimen que sólo afecta a las mujeres. “Entre los hombres se considera que cuanta más experiencia sexual, mejor. De ellas, sin embargo, se espera que entreguen sus vaginas inmaculadas a la hora del matrimonio. Sus cuerpos son meras adquisiciones“, añade Haddad.

Poco se lucha por cambiar esta realidad. Crímenes de honor, matrimonios concertados en su mayoría carentes de sentimientos, leyes de familia que sólo benefician a los hombres… Los problemas de las uniones árabes son conocidos, pero mucho se ignora del sexo prematrimonial, pecaminoso e ilegal pero sin embargo practicado. ¿Qué se hace con toda la energía sexual de la juventud, a la que se le niega la posibilidad de satisfacer sus necesidades hasta el matrimonio? Hay dos caminos: practicar sexo clandestino con los riesgos que eso conlleva -los móviles conectados vía Bluetooth se han convertido en el recurso favorito de la juventud árabe para ligar al abrigo de las miradas indiscretas y de la policía religiosa- o refugiarse en las fórmulas ofrecidas por los religiosos, uniones de placer que nada tienen que ver con la concepción, la intimidad o el amor. Sólo con el deseo de ellos, ya que ellas apenas gozan de derechos en estas uniones, de las que muchas ignoran incluso su duración.

Un grupo de emiratíes armados con sus móviles. (Mónica G. Prieto)

Jóvenes emiratíes comprueban sus teléfonos móviles. (M. G. P.)

“Los matrimonios temporales son la única forma de encontrar placer entre la clase media”, recalca Zainab Amery, profesora de Sociología de la Universidad de Otawa de origen libanés. Según la profesora, cada vez desde más mezquitas occidentales se insta a los jóvenes musulmanes a buscar este tipo de arreglos para evitar verse involucrados en relaciones sexuales con no musulmanas. “Si antes eran excepciones, ahora son una moda aceptable en lugares como Emiratos, Omán, Arabia Saudí o Kuwait”. Y no hablamos sólo del matrimonio temporal más tradicional  -la muta’a, en el caso de los chiíes, o el urfi en el caso de los suníes, uniones que se disuelven cuando el plazo termina- sino de uniones como el misyar -no implica vivir bajo el mismo techo por lo cual resulta una fórmula óptima para jóvenes sin recursos-, el misyaf o matrimonio temporal veraniego -una forma de comprar una amante estacional sin incurrir en pecado- o el mityar, cuando el matrimonio se realiza durante un viaje de trabajo y durante la duración del mismo.

Según la profesora Amery, el secreto de que estas uniones tan cuestionables estén en alza se debe a varios factores -desempleo y alto coste de la vida, entre otros, que hacen difícil costear las carísimas bodas árabes- pero son “una opción de sexo extramatrimonial” cada vez más usada entre jóvenes universitarios religiosos, que cubren así sus necesidades sexuales sin sentirse remordimientos. Las mujeres que suelen aceptar estas uniones suelen ser divorciadas o viudas con necesidades económicas -el hombre siempre paga una dote a la novia- pero carecen de derecho alguno y, además, pierden el apoyo de sus familias tras someterse a este tipo de matrimonios. En muchos casos, son padres de clase baja quienes venden a sus hijas en este tipo de uniones para conseguir efectivo. En esas situaciones se trata de una forma de prostitución encubierta y legal “cada vez más extendida en Oriente Próximo”.

Desfile de lencería celebrado en una pista de sky de Faraya, Líbano. (M. G. P.)

Una alternativa proscrita a estas uniones fomentadas por los religiosos son los prostíbulos, otro apasionante tema en la cultura árabe. En muchos países las prostitutas -muy pocas árabes, la mayoría procedentes de países del Este de Europa- no venden sus cuerpos sino que se transforman en una suerte de psicólogas, como explicaba Lenka Benova, responsable de un estudio sobre las mujeres empleadas en clubes nocturnos de Amán. “No venden sexo. Hablan con los clientes, juegan el juego de los hombres y éstos acuden allí para ser auténticos, cambiar de ambiente y sentirse libres. Para ellas, la clave está en postergar el desenlace lo máximo posible y aumentar así sus comisiones por bebidas”. Las chicas, añade Benova, se llaman a sí mismas terapeutas. Su situación es muy diferente a la de las profesionales que acuden a Líbano o Turquía, donde los prostíbulos son exactamente eso. En Siria y Jordania, en cambio, los clubes se cuidan mucho de que las empleadas sean cazadas manteniendo contactos sexuales, ya que eso les cerraría el negocio.

Hipocresía. En árabe existen 99 palabras para referirse a Alá y 100 para referirse al “amor” -al hab- pero nadie usa los términos vagina, clítoris o pene. Lo explica con cierto humor teñido de desaliento la escritora Joumana Haddad, directora de la revista Jasad, la única de Oriente Próximo que versa exclusivamente sobre erotismo y escrita en árabe. “En la literatura árabe, los pechos son montes o montañas, dependiendo del tamaño; el clítoris es la flor del paraíso o los bordes del cielo, o si eres particularmente talentoso, la puerta del volcán, y sobran las metáforas fálicas. La metáfora debería ser una elección y no una imposición”. Su descarnada crítica de la represión sexual -argumento de Yo maté  a Sherezade, su último libro, traducido al español- le ha valido incluso amenazas de muerte por parte de radicales, lo que no implica que refrene sus denuncias. “La libertad no es monopolio de Occidente. Lo malo no es el sexo, sino el doble rasero. Lo inmoral no es el sexo, sino nuestra hipocresía“.

Jóvenes emiratíes flirteando con chicos de su edad en un centro comercial de Dubai. (M. G. P.)

La juventud árabe aún tiene un largo camino que recorrer en lo que a liberación sexual se refiere. Los datos ofrecidos por la profesora egipcia Ghada Barsoum son llamativos. En Egipto, donde el 62% de la población tiene menos de 30 años, el 86% de los jóvenes se consideran religiosos y el 90% de las mujeres usan el hijab. El 94% de los que se consideran religiosos admiten que sólo se casarían con una mujer velada, y sólo el 26% de la población -ellos y ellas- consideran que la sociedad debe respetar a una fémina que no se cubra el cabello. Sólo el 27% de los hombres piensan que las tareas del hogar deben repartirse, el 71% cree que las mujeres deben obedecerles y el 61% que el dinero de ellas debe ser gestionado por ellos. Lo más llamativo es que el 41% de las mujeres opinan que se deben compartir las labores domésticas, el 49% quiere obedecerles y el 37% les entrega voluntariamente su dinero.

La profesora Shereen el Feki emprendió un estudio junto a Barsoum acerca de la juventud egipcia que arroja datos esclarecedores. El 81% de las mujeres y el 40% de los hombres se casan con entre 25 y 29 años. El resto de los varones lo hace más tarde, con mujeres más jóvenes que ellos. El objetivo del primer año es la reproducción: el 90% da a luz en los primeros 12 meses de unión. El 70% de ellos y ellas se muestran felices por mantener al fin relaciones sexuales. El 70% de los divorcios son motivados por infidelidades masculinas, pero sólo un tercio de los hombres consideran que una divorciada -y por tanto, no virgen- es respetable. El 85% considera que se debe pegar a la mujer por hablar con otro hombre; un tercio admite que la lesionaría si rechazase contacto sexual con él.

Jóvenes libaneses durante una fiesta celebrada en Byblos, el pasado verano. (M. G. P.)

Otro estudio, éste a cargo de las mencionadas Khoury y Tabbarah, trata de diseccionar la sexualidad árabe. Está siendo difundido por Nasawiya, el activo colectivo feminista árabe, mediante las redes sociales, pero sólo 300 personas han contestado a las 159 preguntas de un cuestionario sobre hábitos sexuales. “No es una prioridad en este contexto de cambios”, se justifica Khoury. De las respuestas recogidas se deduce que el 50% de las mujeres y el 35,9% de los hombres se lanzan a su primera relación sexual por amor; el 37.8% de ellos y el 18.6% de ellas por placer. El 98% de los varones y el 86% de las féminas admiten masturbarse, la mayoría de ellas lo hacen para “relajarse”.

Lo más relevante es que el 79% de los que han accedido a contestar son libaneses, considerados los más liberales de Oriente Próximo, si bien eso también es cuestionable. Eso explicaría que el 56% de las mujeres y el 50% de los hombres del estudio consideren la virginidad una mera membrana, mientras que el 20% de ellas y el 17% de ellos gustan verla como un “regalo” para la persona amada. En realidad, la virginidad es considerada sagrada en los matrimonios árabes, y eso explica el auge de la himenoplastia o cirugía de reconstrucción del himen, en voga en Oriente Próximo. “Lo más intolerable es cómo ellas aceptan semejante humillación“, se lamenta  Haddad.

Las únicas que se salvan del estereotipo impuesto por los religiosos -recatadas, sumisas, veladas- son las libanesas: maquilladas, escotadas, sinuosas y voluptuosas… y a la larga, tan recatadas como las demás. “Siempre que vienen extranjeros me preguntan, ¿de dónde viene la erotización de las libanesas? Les intento explicar que sólo es un mensaje: son atractivas pero están condenadas a no ser sexualmente activas, porque si lo son, son despreciadas socialmente”, explicaba Samir Khalaf. Eso es común a musulmanas y cristianas en Oriente Próximo.  “La religión es omnipresente y la educación sexual es un concepto lejano”, concluye Khoury.

 

Periodismo humano

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